La publicidad determina una esclavitud que ya no es
económica, sino intelectual. Las empresas han creado este sector para dar un
paso más en la distribución de su producto introduciéndose en las mentes de los
ciudadanos. Mediante el bombardeo que han llevado a cabo han conseguido
convertirse en manifestaciones que irrumpan en el espacio público, en los
medios de comunicación como opositores a la información y la cultura e incluso
como ciudad de vacaciones y de residencia como el caso de “Celebration” en
Florida, convirtiendo tu vida en un continuo consumo en el que tu propia vida
es lo único que no le pertenecen a estas empresas. Aunque esto último no es del
todo cierto, ya que las empresas petroquímicas venden tóxicos empleados en la
ganadería y agricultura que son contraproducentes para la salud. Y el mayor
problema es que esas noticias no se publican en la prensa por la enorme
cantidad de dinero que pagan estas empresas de alimentos a las distintas
cadenas de radio y sobretodo televisión privada en concepto de publicidad. Si
se prescinde de una cadena pública ajena a las empresas estas son las
consecuencias. En EEUU se han producido muchos escándalos por este motivo, y
esto se explica por la borrosa línea que existe entre el estado y la empresa, que
supone que los implicados en tramas de corrupción sean en ocasiones los
mismisimos políticos. Y el problema se
agrava cuando pensamos en la imposibilidad de transparencia de esos informes
que, consecuentemente presenta la increíble situación de que los votantes no
puedan conocer las operaciones de sus elegidos pero sin embargo éstos por
“motivos de seguridad” si que puedan espiar las vidas de sus ciudadanos. Se
sigue perpetuando desde el atentado de septiembre la creencia de que el país
vive amenazado de ataques terroristas, cuando son las empresas que están
exterminando valores espirituales y organismos corporales. Naomi Klein enfrenta
los conceptos de producción y comercialización que explican la situación de
partida y el estado actual de las empresas, para ilustrar la escena en la que
vas a comprar y te relacionas en vez de con el productor con la marca. Pero es
que el salir a los grandes espacios comerciales no tiene porque implica comprar
el producto, pues muchas veces paseas por ellas como de un museo se tratase y
luego realizas la compra por internet intentando ahorrarte el porcentaje que
equivale al alquiler del local y el sueldo del dependiente. Y efectivamente te
lo ahorras, pero en el sistema de subcontratación establecido hay tanta gente
implicada que el dependiente es el trabajador que menos porcentaje cobrará por
el precio del producto adquirido. Entre la gente implicada se encuentra el
especialista que estudia los intereses del mercado, incluyendo el menor de
edad. Esto es muy grave porque están condicionando las mentes infantiles en su
fase de desarrollo para condenarles a ser clientes sumisos. El número de
mentalidades críticas podría extinguirse dando paso a generaciones que no
opongan ninguna resistencia a sus líderes los publicistas o especuladores de
bolsa. El “proyecto Venus” nos propondría como solución un mundo limpio de
intermediarios muy sugerente.
Paula Villar Hernández
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