Langdon Winner explica cómo el modelo clásico que nos
presenta Platón define la política como una técnica aprendida que escapa al
escaso conocimiento de la masa. Pero no las iguala en ningún momento, pues
la técnica material, diría, sirve a la
política de estatus más elevado, y así repetirían sus predecesores, los
moralistas, el mismo esquema una vez tras otra. Ninguno de ellos se imaginaría
que la técnica transformada en la tecnología puntera que conocemos pudiese
imponerse sobre los ideales políticos. Puesto que los ideales políticos
permitían la materialización de los ideales de libertad, igualdad y bienestar
en la división e independencia de los poderes ejecutivo, legislativo, judicial,
era posible garantizar la efectividad de esas ideas en el estado de derecho
moderno. Jefferson es el primero en poner la alarma de la peligrosidad de esta
inversión y de que el poder industrial se convirtiese en autosuficiente y
arrastrase a los ciudadanos al servilismo. Pero en la oposición, la teoría
económica conservadora de Adam Smith, apelando al sentido común diría que los
sentimientos egoístas de carácter universal eran el motor de la riqueza individual
y por derivación de un país, ganaría la batalla dialéctica. Apoyando esta
línea, los programas políticos a partir de entonces, confiarían en la
abundancia de recursos naturales que, explotados por la maquinaría industrial,
generarían unos frutos indefinidamente; y por este motivo no creían que tuviesen
que entrometerse en los intereses de los ciudadanos de ganar más y más. La
contemplación filosófica queda relegada así al perfeccionamiento de la
eficiencia de la técnica. La eficiencia se convierte en el valor supremo gracias
al cual el hombre se viese por fin liberado de los trabajos forzosos que
acarreaba el campo. Pero, ¿son liberadoras o esclavizadoras? se preguntaría Langdon.
Ya antes Marcuse, coincidiendo con Winner diría: “nos sometemos a la producción
pacífica de los medios de destrucción, al perfeccionamiento del despilfarro, al
hecho de estar educados para una defensa que deforma a los defensores y aquello
que defienden”. Muy de acuerdo con la opinión del filósofo, creo que estamos
completamente hipnotizados con la técnica y ya, en este capitalismo avanzado, ni
la clase obrera puede plantarle cara. La tecnología cooperando con el poder
político hace que la cohesión de la masa sea un mecanismo más agradable y
cómodo por acoger a todo el mundo con los brazos abiertos. Llegaría a decir
Marcuse que la razón tecnológica es más amiga de la población y por eso puede
imponerse antes que la razón política. Pero es que, una razón, que busca el
interés inmediato, solamente puede violar y estrangular a la naturaleza para
que le procure la infinidad de necesidades creadas. Por otro lado, una razón
que responde al interés real buscará la conquista científica del hombre que le
permita vivir bien con la cantidad óptima de recursos. Efectivamente hay
recursos suficientes para abastecer a toda la población del mundo, pero es que el
papel de las empresas imperantes es justo el contrario y por eso buscan
fabricar menos productos para que los precios se disparen. La necesidad
insatisfecha junto con el elevado coste de precios nos conduce a una
infelicidad irremediable a la que tenemos que poner fin de una vez por todas.
Paula Villar Hernández
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