El
poder político se ha valido de su liderazgo para introducir una forma de
proceder, de pensar en los pueblos durante gran parte del siglo XX. Esta
intromisión en la opinión pública es cuanto menos, carente de lealtad, una
lealtad que juraron en su día a su pueblo, al que prometieron ayudar. Nos han
vendido una imagen mesiánica del político al modo de los déspotas del siglo
XVIII: sin ellos no podemos hacer nada. Además, esta doctrina ha conseguido
alterar el curso de la historia, la misma historia que nos mantiene orientados
en el transcurso natural del tiempo, ha logrado introducir en un contexto
concreto unos planes económico-políticos
cuya existencia no estaba ligada a ese tiempo y lugar. Esta aceleración
artificial de la historia, no sólo no ha dejado transcurrir la historia de los
pueblos al modo habitual de épocas pasadas, sino que además ha utilizado
medidas desleales como el miedo y la violencia. Se ha dado un apoderamiento
físico y mental de los pueblos (por parte de esta minoría política) a los que
se les ha arrebatado su propia capacidad de generar historia y no han tenido
otra opción que rendirse. Lo que subyace a este método, esta doctrina del
shock, no es sin más, el cómo los gobiernos se han apoderado de la mente y el
cuerpo de los ciudadanos, sino el cómo el poder político ha querido ser
protagonista del desarrollo histórico dejando de lado a los pueblos, a los
ciudadanos, buscando el máximo beneficio propio. Podemos quizá atrevernos a declarar que estos personajes políticos han actuado de esta manera sin tener en cuenta la gravedad que representa el querer poseer la autoría del cambio histórico en un círculo reducido de personas, y sólo han querido que la sombra que proyectan sea más larga que la del vecino de al lado, lo cual hace de todo esto un asunto aún más triste. Los hechos no hacen más que arrojar luz sobre la idea de que quizá, por poner un ejemplo, la caída de la Unión Soviética no fue algo accidental, "no era lo que tocaba vivir", sino que un grupo de gente había decidido de antemano cambiar la historia de la URSS y sustituir su sistema económico por uno más válido a su juicio, uno que les diera mayor poder. Esto ha llegado hasta las raíces de la vida cotidiana de los ciudadanos, hasta su misma cultura que también se ha visto alterada sin que hayan sido los protagonistas del cambio.Y lo llaman democracia.
Carlos
Pérez

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