La política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación Robert Louis Stevenson

martes, 11 de junio de 2013

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Las marcas que nos asaltan día tras día nos ofrecen un estilo de vida único que otro no puede darnos. Parece que tenemos un sinfín de posibilidades abierto pero, la realidad es que estamos determinados por una misma cosa, la idea de ser mejores con los mejores productos que nos ofrecen. Estamos a merced de la cosificación, ha llegado el momento en el que nos hemos desprendido de todo aquello que nos hacía seres humanos y hemos pasado a ser objetos de compraventa. Este fenómeno lleva al denominado fetichismo de la mercancía, ya no somos nosotros los que nos relacionamos entre sí, lo que prima es el objeto y su relación con el resto. La relación de compraventa prima en la actualidad, identificando al hombre con un objeto, llegando incluso a no venderse ni siquiera el producto, sino una idea, un estilo de vida. Lo material se ha hecho ideal, se ha comercializado precisamente con aquello que no adquirimos al pagar por un producto. Siguiendo el argumento de la cosificación, son muchas las personas que han llegado a convertirse en auténticos símbolos para la población, esos personajes mediáticos son ídolos y las marcas comerciales han sabido aprovecharse de ello asimilando su producto a una determinada persona que goza de popularidad. Las marcas comerciales han conseguido entrar en nuestra vida a la fuerza, la publicidad está presente dentro y fuera y no hay manera de mantenerse al margen, nos cuesta cada vez más relacionarnos como seres humanos y cada vez menos como agentes económicos. La esfera pública ha sido devorada por la económica, nos seducen con la idea de un espacio público en el que poder comportarnos libremente pero estamos doblegados por una vigencia normativa propia de un espacio privado. No podemos olvidar que estas marcas comerciales buscan un beneficio y para ello han de abaratar los costes. Es impensable que las grandes marcas perjudiquen su imagen ofreciendo un producto de menor calidad al que nos han acostumbrado, la única manera de conseguir ese beneficio será el laberíntico sistema de subcontratas que tiene explotados a los trabajadores que fabrican el producto. Una vez más somos los ciudadanos, ajenos a las corporaciones los que sufrimos el hambre más voraz de las grandes empresas.

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