Las marcas que nos asaltan día tras día nos ofrecen un
estilo de vida único que otro no puede darnos. Parece que tenemos un sinfín de
posibilidades abierto pero, la realidad es que estamos determinados por una
misma cosa, la idea de ser mejores con los mejores productos que nos ofrecen.
Estamos a merced de la cosificación, ha llegado el momento en el que nos hemos
desprendido de todo aquello que nos hacía seres humanos y hemos pasado a ser
objetos de compraventa. Este fenómeno lleva al denominado fetichismo de la
mercancía, ya no somos nosotros los que nos relacionamos entre sí, lo que prima
es el objeto y su relación con el resto. La relación de compraventa prima en la
actualidad, identificando al hombre con un objeto, llegando incluso a no
venderse ni siquiera el producto, sino una idea, un estilo de vida. Lo material
se ha hecho ideal, se ha comercializado precisamente con aquello que no
adquirimos al pagar por un producto. Siguiendo el argumento de la cosificación,
son muchas las personas que han llegado a convertirse en auténticos símbolos
para la población, esos personajes mediáticos son ídolos y las marcas
comerciales han sabido aprovecharse de ello asimilando su producto a una
determinada persona que goza de popularidad. Las marcas comerciales han
conseguido entrar en nuestra vida a la fuerza, la publicidad está presente
dentro y fuera y no hay manera de mantenerse al margen, nos cuesta cada vez más
relacionarnos como seres humanos y cada vez menos como agentes económicos. La
esfera pública ha sido devorada por la económica, nos seducen con la idea de un
espacio público en el que poder comportarnos libremente pero estamos doblegados
por una vigencia normativa propia de un espacio privado. No podemos olvidar que
estas marcas comerciales buscan un beneficio y para ello han de abaratar los
costes. Es impensable que las grandes marcas perjudiquen su imagen ofreciendo
un producto de menor calidad al que nos han acostumbrado, la única manera de
conseguir ese beneficio será el laberíntico sistema de subcontratas que tiene
explotados a los trabajadores que fabrican el producto. Una vez más somos los
ciudadanos, ajenos a las corporaciones los que sufrimos el hambre más voraz de
las grandes empresas.La política es quizá la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación Robert Louis Stevenson
martes, 11 de junio de 2013
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Las marcas que nos asaltan día tras día nos ofrecen un
estilo de vida único que otro no puede darnos. Parece que tenemos un sinfín de
posibilidades abierto pero, la realidad es que estamos determinados por una
misma cosa, la idea de ser mejores con los mejores productos que nos ofrecen.
Estamos a merced de la cosificación, ha llegado el momento en el que nos hemos
desprendido de todo aquello que nos hacía seres humanos y hemos pasado a ser
objetos de compraventa. Este fenómeno lleva al denominado fetichismo de la
mercancía, ya no somos nosotros los que nos relacionamos entre sí, lo que prima
es el objeto y su relación con el resto. La relación de compraventa prima en la
actualidad, identificando al hombre con un objeto, llegando incluso a no
venderse ni siquiera el producto, sino una idea, un estilo de vida. Lo material
se ha hecho ideal, se ha comercializado precisamente con aquello que no
adquirimos al pagar por un producto. Siguiendo el argumento de la cosificación,
son muchas las personas que han llegado a convertirse en auténticos símbolos
para la población, esos personajes mediáticos son ídolos y las marcas
comerciales han sabido aprovecharse de ello asimilando su producto a una
determinada persona que goza de popularidad. Las marcas comerciales han
conseguido entrar en nuestra vida a la fuerza, la publicidad está presente
dentro y fuera y no hay manera de mantenerse al margen, nos cuesta cada vez más
relacionarnos como seres humanos y cada vez menos como agentes económicos. La
esfera pública ha sido devorada por la económica, nos seducen con la idea de un
espacio público en el que poder comportarnos libremente pero estamos doblegados
por una vigencia normativa propia de un espacio privado. No podemos olvidar que
estas marcas comerciales buscan un beneficio y para ello han de abaratar los
costes. Es impensable que las grandes marcas perjudiquen su imagen ofreciendo
un producto de menor calidad al que nos han acostumbrado, la única manera de
conseguir ese beneficio será el laberíntico sistema de subcontratas que tiene
explotados a los trabajadores que fabrican el producto. Una vez más somos los
ciudadanos, ajenos a las corporaciones los que sufrimos el hambre más voraz de
las grandes empresas.
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